SERGIO ANDRÉS SCHIAVINI


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IRGUIENDO DE MI HASTA LO MAS INÚTIL

(Al niño que pregunta
le llegará el tiempo de su propio canto.
Este bien puede ser solo su preludio
o un sonido ajeno y recóndito
como el choque de una gota
final y conmovida)

Yo encontré mi nombre
y el de un amigo,
en el ladrillo de un muro inesperado
tan lejano y tan herido
busqué,
un barrio que perdí con el asfalto
y las lentas mudanzas de mis viejos.

En mi casa
hay fotos de borrosas épocas
que aún sonríen
con su bufanda en blanco y negro:
Cuando en la vida yo no poseía
más de cuatro cascaritas en las piernas,
una mágica gomera y un abrojo
disputándose las medias
(ciertos hallazgos
que ya no importan).

En mi jardín
hoy me atormenta
una flor amanecida.
Me atormenta ver al niño
tocar su hierba
su pequeña mano
rosada todavía,
pueden las luces de ésta última tarde
ser suficientes
para su primera pregunta.
(Han llovido lluvias de silencio
y no recuerdo el porqué del rocío)

Dentro de mí
hay un oleaje de brazos en alto,
una constelación de manos y carencias
que se han hecho callo preguntando:

¿Dónde está tu mano, Dios?

Fuera de mí,
hay oscuridad
sueño malsano
donde se apagan los niños
y escalofríos
en la piel vencida donde marca
profundo el odio y su abundancia.

Me quitaron por sorpresa los zaguanes,
el sano esplendor de las veredas,
mi patria ,de verdín y bicicleta
el sabor de la tierra entre mis uñas.
Han llovido lluvias de silencio
y mudas extensiones de cardos
ya no florecen.
Una carta de amor,
un jardín inmovil
y algún cuento de mi abuelo
sobreviven,
medio ocultos.

(Es tan lento el pincel de la nada)

¡Como quise a este niño!
tantas veces lo esperé
borracho
en el andén mugriento de mi alma.
Mi dolor
fue un campanario detenido,
un tumor que respiraba.
Perdí la justificación del día
bajo la blanda sepultura de las hojas secas
la trigonometría, la rosa y una boca
que me arrinconó las madrugadas
y llovía
esas calles saben que llovía.
Etuve lejos
me recibió
abierta la luna.
A mis espaldas
fusilaron al viento.
Tuve el calor de los metales,
el cristal amoroso de una copa
que sólo contuvo el espanto
y el reflejo astillado de un adiós.

Y tuve bajo la frente
dos paisajes enfermos,
agobiados
epitafios de un cielo
enterrado en la tormenta.

(Bastan los cercanos vidrios de una ventana;
Aquí está el rostro que me aterra
y el niño me ha preguntado quién soy)

Dios,
posa tu mano en esta mano, ella
ha roto escenarios inocentes
ha ultrajado el aire prometido
ha cegado alas, cortezas y campanas
ha culpado al alba por la sangre
derramada, ha sido
cáliz tibio en misas
de senos agrestes y Octubres arrancados,
por ser mora y gemido y miel espesa, ha irrumpido
enamorada
entre la calma de las flores.

Dios,
dame tu horror, tus clavos de metal odioso,
tu eclipse de firmamento en el madero
tu abandono
última y mortal Presencia de tu Padre.
Sólo así, serás sacrificado
otra vez
en esta mano.

En esta tierra
mi gente persiste
con sus pecados y manos veniales.
hay novias precursoras del agua
los parques y el aroma
cerrado y nocturno del jazmín.
Hay abuelos y perros que salen
a las puertas cuando dan
las seis de la tarde.
Hay casas donde la guerra y la violencia,
dejó inconclusas
madres de zapatillas que no volverán
a lavar y a colgar.
Hay antiguas esquinas
donde a cierta hora de la noche

Y hay una plaza donde jamás
Los muros enamoran.
y hay una plaza, donde jamás
hubo palomas.

Irguiendo de mí hasta lo más inútil
regresé
con mis abrojos y por esas calles
(mi inválida bufanda)
a ver-por última vez-el bar que me hizo
hombre de muchos abrazos
y ningún enemigo.
Guardé una cuidadosa lágrima
para los cementerios, las mejillas
que barbechan para siempre los rocíos.
Entré, en todo mi escenario, hecho sol
inaudito de las lluvias espantadas.
Justifiqué mi amor a la vida
explicando trigonometría,
redescubriendo
los ritmos de la tierra
viva y fresca en amores de cardo,
llamando
en los portones oxidados que salté de chico,
y aguardando al niño
a la salida del colegio
(con un diamante en el corazón
y un chupetín engarzado
en la resurrección de la palma de mi mano)


Nuestro sur de potrero
alambre y chapa
será barro inquieto, destello
de nueva forjadura.
Mi pueblo reverdecerá en las plazas
de pordioseros y gorriones, elevará
sus fogatas al llegar la Navidad.
Un cura recordará que fuimos como hermanos.
Crecerá el verdín para mi vieja bicicleta.
Mi cabello tendrá el sol necesario.
No habrá otra alhaja que pueda
erizarse con el alba.
Persistiré en la voz de las prostitutas.
Un amigo me sabrá feliz.
Habrá un crujido de árbol tras el muro
y una mujer me abrazará en el viento.

Alguien, en el billar, conmoverá
las tres bandas por mí.
Sublevando el aire quieto
pasarán los trenes a lo lejos.

SERGIO SCHIAVINI.

Poema de su libro "NOCHE DESCIFRADA"
Hechos los depósitos que marca la ley.